REFLEXIONES DE UN LLEVADO (LLEVAO)
El llevado (de aquí en mas llevao) es un icono, de la fauna político- social argentina. Una especie de ángel y demonio, que merece el desprecio y al mismo tiempo la compasión, de cierta clase social, en realidad aun no definida por la sociología académica, pero que Arturo Jaureche definió alguna vez como el medio pelo nacional y que hoy se expande a otros ámbitos. Para ese medio pelo, el “llevao” es un sujeto social, tan vulnerable como despreciable. Un tipo/a siempre pobre, incapaz de sostenerse por si solo en la vida, que vive a costilla del estado, es decir de los impuestos que el medio pelo paga. Morocho, sin cultura ni educación, en muchas ocasiones (no siempre) adicto a la bebida, por ejemplo, un intomable vino en tetra, o cerveza Quilmes.
El llevao no es el enemigo, sino la lacra despreciable que el enemigo utiliza. Por oposición a su condición sociológica, casi siempre es peronista, aunque puede no serlo, pero es, eso si, el responsable de todos los gobiernos desastrosos que el país ha tenido, porque como se sabe, cada pueblo tiene el gobierno que se merece. El llevao se merece los gobiernos que supimos conseguir. Aunque sea siempre su primera víctima, el llevao es quien eligió el gobierno, porque lo voto, porque va a los actos por un chori y un vino, porque es vago y siempre vive del estado, no como el medio pelo, que como todo el mundo sabe, nadie le regalo nada, todo lo que tiene lo hizo trabajando y si no trabaja no come, Amen.
Tanto me hartaron con la cantinela, que un día decidí transformarme en llevao, por lo que me subí a un micro nacional y popular y me fui a un acto de Cristina sin saber de que se trataba. Esa es una de las reglas de oro del llevao, ir a los actos sin saber de que se trata, no preguntar, ser ignorante descarnadamente.
La experiencia prometía ser fascinante, no solo iba a ver de cerca a una bandada de llevaos, iba a ser uno de ellos por una tarde. Me acomodé estéticamente para la ocasión. Pantalón y campera de jeans gastaditos, zapatillas de tercera marca, bastante desodorante Axe, equipo de mate completo, con dos termos, y la angustia del equilibrista, balanceándome entre el temor y la ansiedad por el encuentro con la horda de llevaos, tapones en los oídos para contrarrestar el escarnio de los bombos, buscapina contra los choris y el vino berreta y la tarjeta SUBE por si se armaba rosca y tenia volver por las mías.
Arrancamos bien, el micro llego tarde. Como se sabe, el llevao esta sometido a todo tipo de manoseos, esperar horas por lo que se hace en minutos es uno de esos manoseos, al subir al colectivo, empezaron los problemas, en principio estaba lleno, si bien pudimos sentarnos los asientos no sobraban, y según el decálogo del medio pelo para describir a los llevaos, es que siempre “son cuatro gatos locos”. Por mas que me esforzaba por mirar para el fondo no vislumbraba ningún bombo, ni redoblante, ni una miserable bubuzela, nada.
Me acomode en un asiento del medio, quería relojear a mis compañeros de viaje, me acurruque todavía sorprendido por el respetuoso “buenas tardes compañero” que respondió a mi saludo de cortesía, entre formal y temeroso. Empecé distraídamente, a mirar para un lado y otro, buscaba los ojos rojos y extraviados de los llevaos, bajo el impacto de la mezcla de paco, porro y vino en tetra.
Nada, solo rostro esculpidos por vidas que seguro no han sido fáciles, la gran mayoría mujeres, vestidas con la decente pulcritud de la humildad de sus mejores ropas, tal vez la que usarían para ir a un casamiento, o la cita soñada, los cabellos bañados de soles, vientos, tierra y dolor, con la digna mejora de la peluquería para la ocasión. Sonrisas sinceras y francas, las caras sorprendidas en el viaje de aquellos que tal vez por primera vez veían un avión en tierra o los enormes depósitos de contenedores del puerto, o los sofisticados edificios de Puerto Madero y sus excéntricos bares, donde el medio pelo mira pasar el micro, con el desprecio de su improbable misericordia por los llevaos. Mientras, toman café a seis dólares el pocillo, mucho más de lo que tiene la mayoría de esas mujeres, para darle de comer a sus familias en muchos de sus días. Miran sin entender a quienes van dentro del micro, nunca lo entenderán. Hay una cuestión cualitativa que los diferencia. Ellos, los que toman café en Puerto Madero, atrapados en su recalcitrante sentido de la propiedad, dueños de su casa, su auto su plasma, su netbook, su Black Berry, su, su, su. Dueños de todo, parte de nada, nunca podrán entender a los que vamos dentro del micro digo, ya plenamente identificado con los llevaos, en principio para diferenciarme de los que toman café de seis dólares, pero fundamentalmente por sentirme parte. Sé porque esas mujeres se pusieron las mejores ropas y fueron como hace mucho no hacían a la peluquería, con el simple objetivo de subirse a un micro e ir a la casa de gobierno a escuchar lo que dice la presidenta y saben que le van a decir solo lo que esta bien, porque lo que esta mal ellas lo conocen mejor que nadie, mejor que el medio pelo, no necesitan que se lo digan. Necesitan, necesitamos, encontrarnos, mirarnos, darnos cuenta que somos parte de algo, que esta lejos de ser perfecto, pero es lo que tenemos, lo que nos convoca el sentido de la pertenencia, ese que no se compra con dólares ni con Euros ni se vende en los sofisticados bares de Puerto Madero
