
La huerta es un oasis que sirve de cable a tierra, una experiencia maravillosa que todos los dias enseña algo nuevo. Desde la perseverancia inmutable de la semilla, que guarda en su interior el milagro de la vida, hasta la maliciosa oportunidad de alguna plaga.
La huerta da mucho mas que verduras y hortalizas. Los que tenemos la inmensa suerte de meter los pies descalzos en medio de la tierra fresca lo sabemos.
A veces los regalos vienen desde afuera, hay que saber verlos y valorarlos.
Un dia de septiembre del año pasado tuvimos la visita de los chicos del jardin de infantes del barrio. En dos tandas, casi cien pequeños visitantes que llenaron de murmullos y risas la huerta. Pasearon, preguntaron, miraron.
No se si alguna vez lo dije, pero lo mas maravilloso que se puede hacer en la huerta es mirar. Es que hay muchas cosas para ver, si tenemos la voluntad de dejar de lado el apuro.
Y los chicos miraron, preguntaron y reflexionaron, tal vez me equivoco, pero creo que lo que mas les llamo la atencion, fue la cuestion esa de que en determinado momento la planta se mete adentro de una ropita abrigada, se hace chiquitita y se llama semilla y que de pronto se saca toda esa ropa y vuelve a ser una planta. Terminada la visita se fueron con algunas plantitas y unas macetas en la que ellos mismos pusieron semillas.
Todo esto hubiera sido nada mas una anecdocta, si no hubiera sido que hace unos dias, cuando todavia no habia pasado un año de aquella visita, un chico con su guardapolvo blanco venia caminando por la vereda, junto a una persona que tal vez sea su abuela. Al llegar a la huerta se paro y mirando a quien lo acompañaba, con toda seriedad le dijo:" yo vine a esta huerta" ¿si vinistes, cuando? le preguntaron. -¡Una vez cuando era chiquito, Estaba en el jardin todavia!
y se fue caminando con ese apuro por el paso del tiempo que solo a los seis años se puede tener