Viva la Muerte!
*Turbas y poder en EE.UU.*
Richard Broderick
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En su obra maestra, Masa y Poder, Elías Canetti propuso que uno de nuestros
temores primarios es el contacto no deseado con extraños. En sitios
públicos, observó, que el hecho de que nos toquen, nos empujen o incluso que
nos rocen puede provocar algo parecido al pánico.
En un mundo cada vez más urbanizado una fobia semejante puede paralizar (y
en el caso de algunas personas es así) a falta del mecanismo psíquico que
Canetti también propuso que poseemos y que compensa ese temor primario al
permitir que nuestro sentido de identidad se disuelva, fundiendo a los
extraños alrededor de nosotros en una persona colectiva.
En sus formas positivas este mecanismo de defensa es responsable del
fenómeno de multitudes bien dispuestas en eventos deportivos y a lo largo de
rutas de desfiles. En su manifestación destructiva este mecanismo de defensa
es el impulso que lleva a la repentina e imprevisible formación de turbas.
En nuestra propia historia hay numerosos ejemplos de ese tipo destructivo de
formación de multitudes. Entre 1890 y 1920, turbas de linchadores fueron
responsables del asesinato de unas 3.000 personas -y son solo los casos de
los que sabemos.- Los disturbios contra el alistamiento forzoso de 1863 en
Nueva York duraron tres días y llevaron a la muerte de numerosas víctimas
inocentes, y sólo consiguieron sofocarse retirando del frente tropas
federales para restaurar el orden.
Durante la mayor parte de la historia, las turbas se han formado
espontáneamente, disipando su energía una vez que logran su objetivo
inmediato de destruir propiedades y/o matar a seres humanos, para
desbandarse luego con la misma rapidez con la que se formaron.
Pero una de las advertencias más aleccionadoras del Siglo XX es el
descubrimiento de que, dadas las circunstancias apropiadas -la aparición de
hábiles demagogos, el control de los medios masivos por esos demagogos- es
posible generar una mentalidad estable de turba y dirigir su energía
demoníaca hacia objetivos específicos, infernales.
Las ciencias políticas ofrecen numerosas definiciones de fascismo, pero
ninguna nos parece definitiva. Es porque el fascismo no es solo una
ideología política como el comunismo al estilo soviético; es decir, el
fascismo no es solo el producto de un desvío de la razón.
El fascismo es, esencialmente, la nación Estado moderna como régimen de la
turba, con una mentalidad nacional de turba constantemente estimulada por el
Estado mediante ataques retóricos inflamatorios dirigidos contra chivos
expiatorios: judíos, negros, inmigrantes, homosexuales, socialistas,
musulmanes o cualquier otro grupo que por casualidad lleva el estigma de El
Otro en una cultura determinada.
La utilización intencional por el fascismo del mecanismo de defensa que
impulsa la formación de multitudes explica el encanto del fascismo, por lo
menos para algunos, que es la oportunidad de desahogar el sentido aislado,
individual, de sí mismo, al identificarse totalmente con la emocionante
energía colectiva del "Volk" [Pueblo] Es la dinámica que hace que el
fascismo, cualquiera sea su nombre, sea irremediablemente irracional y
destructivo.
Institucionalizada, y unida al aparato, al poder organizativo y a la fuerza
armada de la moderna nación Estado, la energía de la turba utilizada por
regímenes fascistas en el pasado siglo llegó muy cerca de destruir el mundo
civilizado como lo conocemos y sólo pudo detenerla la violencia masiva
organizada infligida a esos regímenes por otras naciones Estado avanzadas.
Este componente crítico de la mentalidad de turba del fascismo también
explica por qué los países no "se deslizan" hacia el fascismo, como algunos
advierten que sucede en EE.UU.; las turbas no se forman lentamente. Se
cuajan, se materializan, aparecen instantáneamente, casi mágicamente, con
poca o ninguna advertencia.
En su discurso de la semana pasada ante personal militar, Barack Obama
anunció que el asesinato selectivo de Osama bin Laden reflejó: "La esencia
de EE.UU., los valores que nos han definido durante más de 200 años" y que,
además, esos valores son "más fuertes que nunca".
Tenía toda la razón, aunque no de la manera que se proponía. El modo que se
utilizó para asesinar a bin Laden refleja por lo menos una caída de los
valores estadounidenses, como lo hizo, de un modo aún más dramático, la
depravada celebración que estalló después del asesinato en ciudades y en
campus universitarios en todo el país.
De la ejecución extrajudicial de un enemigo deshumanizado a la elección de
"Gerónimo" como nombre de código para Osama bin Laden, a estos estallidos de
júbilo, el asesinato del "hombre más buscado del mundo" ciertamente tienen
que ver con esos valores estadounidenses responsables por la historia de
violento racismo, imperialismo, represión, militarismo y casi genocidio de
los indios del país.
Y esas celebraciones posteriores al asesinato no fueron análogas a la
demostración de alivio y alegría que acompañó el fin de la Segunda Guerra
Mundial. El exterminio de bin Laden no salvó a millones de estadounidenses
de la perspectiva de irse a combatir a una guerra global o de la perspectiva
igualmente horrenda de ver a un hijo, esposo o hermano de camino al frente.
El asesinato de OBL no terminó nada, excepto con su vida. Las celebraciones
no tuvieron que ver con victoria. Tuvieron que ver con la muerte. Fueron
celebraciones de la muerte. Esos bailes en las calles actuaban siguiendo su
propia versión del grito de guerra fascista durante la Guerra Civil
Española: "¡Viva la muerte!
¡Viva la muerte!
Todavía no es la hora de los chacales en EE.UU., pero no se necesitará mucho
para precipitarnos al abismo. Otro gran ataque terrorista contra la
"Patria". Otra crisis financiera del tamaño de la más reciente, que podría
producirse fácilmente si no se aumenta el límite de la deuda federal. La
aparición en escena de un hábil demagogo con capacidad para organizar un
movimiento de masas y una sed inquebrantable de poder político.
Ahora mismo, incitada por demagogos derechistas que ya están entre nosotros
y financiada por multimillonarios derechistas que conspiran en sitios no
revelados, la turba estadounidense agita su puño colectivo y pide a gritos
venganza y sangre con una gutural voz colectiva.
¡Viva la muerte! ¡Y viva la muerte de la democracia!
Rich Broderick vive en St. Paul y enseña periodismo en el Colegio
Comunitario Anoka-Ramsey Community. Es escritor, poeta y activista social.
Contacto: richb@lakecast.com
Este ensayo apareció originalmente en TC Daily Planet.