
Los pájaros y el agua
Apenas pasan dos horas del mediodía de un terrible día de enero, estoy dentro de mi casa fresco y cómodo, en realidad no tan cómodo. Por la ventana los veo, están tristes, callados con un silencio que duele. Me levanto del sillón sin hacer ruido, mi mujer descansa. Encierro a Laura, Tonto, la Negrita y a Cata, los tres perros y la gata de la casa en la cocina, aunque mi mujer se enoje cuando se levante y los vea, es indispensable, ellos con su instinto animal, lo arruinarían todo.
Salgo al sol intratable de las dos de la tarde, enciendo la bomba, una sumergible ubicada a 70 metros de profundidad que nos obligo a seis meses de privaciones para poder pagarla pero a ahora me gratifica sacando 5000 litros de agua por hora, sin ella la huerta seria casi una utopía.
No voy a regar los manuales mas elementales dicen que es dañino para las plantas hacerlo a pleno sol. Hay algo, innecesario para la mayoría de las personas, que si puedo hacer a esta hora.
La manguera lanza un chorro potente y pleno de agua fresca como si saliera de un dispenser de oficina. En el suelo se van haciendo charquitos que no tardan en transformarse en precarios lagos diminutos. Entonces sucede… El primero de ellos baja receloso, pasa por encima del agua como estudiándola, pero en realidad me observa a mi, unas cuantas vueltas, por fin se anima, se detiene casi en el aire, al borde mismo del charco y comienza a beber con recelo, pero con igual ansiedad, la sed lo impulsa a ser intrépido. La sequía ha desprovisto de agua a todos los huecos donde naturalmente se acumula, troncos de árboles, hojas de xerofitas caídas, etc. Hasta las cunetas están secas y las que tienen un poco de agua es la que viene de las piletas que nosotros los humanos derrochamos agregándole cloro. Yo lo observo casi sin respirar, trato de no mirarlo esperando que al fin se decida y él se decide, se mete en la ínfima porción de agua derramada y perdiendo el temor se refresca alzando sus alas y emitiendo un sonido que apenas alcanzo a oír, pero sirve para que inmediatamente, decenas tal vez un centenar de pajaritos, de todas las clases inimaginables, comiencen a bajar de los árboles, se zambullan en los pequeños oasis que la manguera construyó en el suelo, beben y se bañan alborozados. Los hay de todos los tamaños, desde las diminutas tacuaritas, hasta los benteveos y pájaros carpinteros, gorriones, jilgueros, calandrias, zorzales. Una nube de indefensos pájaros sedientos disfrutando, tan solo de un poco de agua, el alma se me estruja y me quedo mirándolos, impávido.
¿Sabremos los seres humanos lo que hacemos cuando destruimos el paneta, cuando cortamos los árboles donde anidan, secamos los ríos donde beben y se bañan, quemamos los pastizales donde comen, urbanizamos los pajonales donde se guarecen de las sequias? ¿En nombre de que supuesta superioridad nos creemos con el derecho a exterminarlos? Mis ojos están a punto de lagrimear, mi alma no encuentra respuestas a tales interrogantes, los miro con la tristeza infinita del que se siente culpable, ellos disfrutan con mesura del regalo húmedo del agua ansiada. Mi mujer se levanta, abre la puerta, los perros salen excitados por la presencia de los pájaros, ellos echan a volar satisfechos, pero antes tal vez sabiendo de mi hipoacusia me regalan un trino colectivo en el tono mas alto y claro, es un pago inesperado que me conmueve hasta la felicidad. Vuelvo sobre mis pasos y no se porque se me cruzan por la cabeza los niños ricos llenos de tristeza que buscando un poco de dicha pagaron miles de dólares por un crucero que encallo frente a una isla. Apago la bomba y el agua deja de salir, sombras felices me observan desde los árboles.